La violencia ha estado y está muy presente en nuestras vidas debido a muchos y diversos factores. Dan fe de ello las guerras pasadas y actuales, el terrorismo, los conflictos entre países, las dictaduras… Siguen surgiendo dentro de nuestra andadura por la Tierra sin cesar. Podríamos decir que es algo histórico y cultural. Y como tal se aprende y se reproduce dentro de nuestra comunidad.
Puedes verla todos los días si estás atento dentro y fuera de una pantalla. E incluso podrías estar ejerciéndola sobre algo o sobre alguien. Cuando eso sucede, ¿qué haces? ¿Paras o continúas?
Si tu respuesta es la segunda opción deberías buscar ayuda de un psicólogo/a. A menudo se justifican estos “brotes” con frases del tipo “Ha bebido mucho”, “Ha tenido un mal día en el trabajo”, “Sufre mucho estrés”, “Me ha provocado”…
De este modo, se normaliza usar la violencia ante cualquier conflicto y/o disputa. Agredir al otro jamás debería estar justificado. Jamás. Desde algo tan simple como que te bloqueen en las redes hasta que te golpeen; todo es violencia. Todo. Puede ser ejercida en diferentes niveles: físico, psicológico, laboral, sexual, económico, institucional y simbólico.
Vivir y convivir en una familia con un ambiente violento ocasiona serios problemas de salud a corto y largo plazo. Desde enfermedades del corazón hasta adicciones. A los más pequeños se les enseña cómo usar una aplicación móvil pero no cómo manejar su ira y/o frustración. La inteligencia emocional no se practica casi en ningún ámbito de nuestra sociedad. Mi opinión es que la prevención de la violencia es primordial. Es la única cura. Si no acabamos con la violencia no habrá futuro para la humanidad. Seguiremos sumidos en este caos de crueldad.
Como bien dijo Buda: “El odio no disminuye con odio. El odio disminuye con amor”.