A lo largo de la historia, el concepto del amor romántico ha ido variando. Desde los poetas románticos como Byron que morían de desamor hasta el “amor libre” con Tinder. Vemos ejemplos en la cultura y música pop. Ya lo dice la canción de Olé Olé: No controles mi forma de vestir… Es un ejemplo de vivir en pareja respetando el espacio y la privacidad del otro. También, aprendemos e imitamos patrones de conducta de las relaciones de nuestros padres. Por lo que si has vivido en una familia de abusos y dependencia, la probabilidad de tener una relación tóxica es mucho mayor.
En la actualidad, el control es un problema arraigado en nuestra sociedad e incrementado por las nuevas tecnologías. Estamos casi las 24 horas del día expuestos y pendientes de las publicaciones, estados y actualizaciones de nuestros conocidos y amigos. De dicha dependencia ya hablé en artículos anteriores.
Lo que quiero resaltar es que amar no es sinónimo de coartar. El amor no es sufrimiento. Debería ser sinónimo de unión, apoyo y crecimiento mutuos. Como afirma Walter Riso: “Amar es te quiero y me quiero”. En resumen, dar y recibir.
Al mismo tiempo, querer a alguien no te da el derecho a mirar a escondidas el WhatsApp del otro, controlar sus nuevas amistades en Facebook o llevar un seguimiento minucioso de las publicaciones de Instagram. Esas son conductas obsesivas de control, tras las que se encuentran los celos y la falta de autoestima, el miedo a perder a la pareja, la creencia de no poder estar sin esa persona, el miedo a la soledad y la necesidad de controlar al otro para sentirse seguro/a. Eso desencadenará graves problemas personales e interpersonales, y, en última instancia, la ruptura. Si es tu caso, no lo dudes, busca ayuda profesional. ¡Ayúdate!