Desde el año pasado, estamos viviendo una situación singular e inédita en la historia de la humanidad. ¿Quién nos iba a decir que un simple virus modificaría nuestro estilo de vida? Un periodo de confinamiento, estados de alarma y vacunaciones en masa. Parece una película de ciencia ficción. A todas partes con gel y mascarilla. Hay que mantener las distancias. Sin abrazos ni besos. Y lo que nos queda por delante. Por eso, la gente está nerviosa y alterada. Algunos lo niegan, no quieren siquiera vacunarse. Falta empatía. La agresividad está en el aire. Hay prisas. Todo se hace corriendo. Ahora sólo sale la gente a consumir y comprar. A cualquier hora salen y salen a los centros comerciales, produciéndose así aglomeraciones y aumento en los contagios de COVID.
Es un hecho que una situación de estrés sostenido, por ejemplo, sufrir un mal ambiente en el trabajo, está relacionada con la depresión ya que el cerebro sufre alteraciones en el sistema límbico (hipocampo y amígdala) así como en la corteza prefrontal. Eso es lo que ha sucedido y sigue pasando. Algunos estudios actuales de diferentes países indican que el índice de depresión ha aumentado del 3 al 25% después del Covid. Así como la tasa de suicidio. Este dato es preocupante por lo que algunos gobiernos empiezan a movilizarse en el tema de la salud mental. Su reacción ha sido tardía pero es positivo para la sociedad y para los profesionales de la salud mental, entre los que me incluyo.
Mi recomendación como psicóloga sería lo contrario. Hay que disfrutar de la vida, dejar de lado el materialismo y el reloj, desconectar de las redes sociales. Entablar relaciones y lazos. Volver a comunicarnos de verdad sin aplicaciones de por medio. Mirarnos a los ojos, no a una pantalla. Hablar y escuchar. Salir al exterior y hacer ejercicio sin importar edad ni condición física. Así que sal y búscate a ti mismo y entonces encontrarás a los demás.