El suicidio es un tema tabú en nuestra sociedad pese a ser una prioridad en la salud pública. Según los datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), cada año se suicidan cerca de 800 000 personas. El 77% de los suicidios se produce en los países de ingresos bajos y medianos. El suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años. Europa del este, África subsahariana y el sudeste asiático son las zonas que presentan una tasa de suicidios estandarizada por edad más elevada. Paralelamente, ha habido un aumento de casos durante la pandemia de estos dos últimos años alrededor del mundo.
Los métodos más comunes son la ingestión de plaguicidas, el ahorcamiento y el disparo con armas de fuego. Las causas pueden ser: vivir conflictos, catástrofes, actos violentos, abusos, acoso escolar, pérdida de seres queridos y sensación de aislamiento, ser un refugiado o migrantes; pertenecer a un pueblo indígena; ser lesbiana, homosexual, bisexual, transexual; ser recluso. El principal factor de riesgo es, con diferencia, un intento previo de suicidio.
La guía que propone la OMS LIVE LIFE («Vive la vida») consta de varios puntos:
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Restringir el acceso a los medios utilizados para suicidarse (por ejemplo, los plaguicidas, las armas de fuego y ciertos medicamentos).
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Educar a los medios de comunicación para que informen con responsabilidad sobre el suicidio.
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Desarrollar en los adolescentes aptitudes socioemocionales para la vida.
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Detectar a tiempo, evaluar y tratar a las personas que muestren conductas suicidas y hacerles un seguimiento.
La mayoría de países no siguen esta guía ni tienen una buena infraestructura para combatir este problema. Faltan profesionales de la salud mental en la Sanidad pública. Sólo un teléfono de la esperanza como en España no es suficiente. Para erradicarlo aún nos queda un largo camino por recorrer.