La meditación es una práctica milenaria. Comenzó en la India siempre asociada a la religión (hinduismo) y, poco a poco, se extendió por todo Oriente. Sin embargo, en Occidente su llegada ha sido tardía y comenzó a emplearse más en los años 60, a través del movimiento hippie, hasta nuestros días. En la actualidad, es muy popular. Eso sí la carga espiritual de dicho ritual ha dado paso a una práctica “atea”.
Entrenas tu mente para lograr paz y equilibrio sobre tus pensamientos y emociones.
Su duración puede ser desde escasos minutos hasta una hora. Se puede realizar de pie, sentado o tumbado con los ojos cerrados siempre en un lugar tranquilo y libre de distracciones. Incluso puedes hacerlo mientras caminas o comes. Puede ser guiada o auto guiada; el uso de la música es optativo. Así como el cuenco tibetano, también, es de gran ayuda ya que su vibración favorece la relajación y, por ende, la meditación.
Dedicar unos minutos de nuestra día a su práctica es muy beneficioso para nuestra salud. Se ha comprobado que disminuye el ritmo cardíaco y hace que la respiración sea más consciente. Paralelamente, el cerebro se relaja en estado de vigilia –las ondas cerebrales son theta y alfa-.
También se ha medido el aumento de determinadas zonas relacionadas con la memoria y la concentración. Además, mejora el sueño, reduce el estrés, el miedo y el dolor. Asimismo incrementa la inteligencia emocional por lo que, en mi opinión, debería practicarse desde la infancia.
En mis talleres, para finalizar, siempre realizo ejercicios cortos de Mindfulness. Los resultados siempre son muy satisfactorios. Todos salen relajados y sonrientes. Viven en el aquí y el ahora.